Para esto...
Miles y miles de muertos, el envilecimiento de un ejército, de unos funcionarios de orden público dedicados sistemáticamente al desorden de la tortura privada y la paliza pública, la división de un pueblo entre los que comen y los que no comen, convertir un país en emblema universal de la barbarie, forzar al exilio y a la amenaza de autodestrucción moral a miles de personas..., y todo para esto, para no poder ganar un plebiscito a un enemigo al que sólo se le ha dejado un brazo libre un mes antes del día de las elecciones. Un brazo libre.Sólo con un brazo, la oposición chilena ha condenado al general Pinochet al infierno del ridículo histórico el único infierno que le faltaba en su colección completa de inflemos. Los que pudimos verle disfrazado de abuelito y de viejo paisano chistoso corremos el riesgo de haber contraído una colitis crónica de imposible terapéutica, por más avances que haga la ciencia. La breve marcha de Pinochet desde su silueta de matarife a la de bondadoso aspirante a presidente democrático ha sido una de las fantochadas históricas más inexplicables. ¿Quién ha sido el asesor de imagen?
¿Quién ha sido el asesor de tanta macabra inutilidad? ¿Quién metió en esos sesos trapezoides la idea de que iba a ser el salvador de Chile y de Occidente? ¿Quién le dijo que había llegado el momento de cambiar de imagen, vestirse de paisano y sustituir la bomba incendiaria por el chiste televisivo o la caricia de viejo ex verdugo sobre las cabecitas de los hijos de sus víctimas? Sospecho que sus asesores han sido siempre los mismos, dentro y fuera de Chile, pero sobre todo fuera de Chile. Entre sus asesores contó siempre, por ejemplo, con otro sarcasmo hecho hombre: Hertry Kissinger, premio Nobel de la Paz, uno de los urdidores fundamentales del golpe contra Allende. Y a la vista del resultado de 15 años de tan preclara asesoría, en la hora baja de los sesos trapezoides rotos por la carcajada ajena y universal, al general Pinochet habría que recordarle la vieja sentencia: Dios te guarde de tus amigos y tú cuídate de tus enemigos. Y sobre todo cuídate de ti mismo, ¡oh Augusto!
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